Esa esquina de Colombia donde el turismo todavía puede hacer el bien

En la región colombiana de El Chocó, al oeste del país, la palabra ecoturismo resuena entre los planes de la comunidad. La reducción de la violencia de narcotraficantes, guerrillas y grupos paramilitares ha dejado espacio para que visitantes, tanto nacionales como extranjeros, se adentren en estas tierras en las que la selva se baña en el océano Pacífico.

Para los chocoanos, abrirse a los visitantes supone una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. Tan solo un poco más al norte, en el mar Caribe, tienen el referente de en lo que no se quieren convertir. Entre sus planes está alejarse del turismo de masas y abrazar la sostenibilidad, protegiendo su cultura y su biodiversidad.

Tienen mucho a su favor: playas kilométricas en las que desovan las tortugas, aguas elegidas por las ballenas para dar a luz a sus crías, selvas y manglares con animales y plantas únicas y una cultura viva que gira en torno a la naturaleza. Poco a poco, los chocoanos están encontrando su particular manera de mostrárselo al mundo.

La riqueza del Chocó

En el aeropuerto de Nuquí, el grito de “¡Vamos!” del propio piloto saca del sopor a los pasajeros que esperan para comenzar su viaje. La puerta da directamente a la pista, y no hay megafonía ni carteles luminosos, información sobre vuelos ni azafatas. El piloto indica el camino y acompaña a los pasajeros a bordo del bimotor. Tras unos cuantos consejos de seguridad, empiezan a girar las hélices y el avión echa a volar.

El aeropuerto de Nuquí (junto a otros como el de Bahía Solano o el de Quibdó) es la puerta de entrada más rápida a El Chocó. Los pasajeros llegan desde Medellín o Cali en pequeños aviones (normalmente transportan a unos 10 o 12 pasajeros) que sobrevuelan la selva en trayectos que apenas alcanzan los 30 minutos.

Las otras opciones que existen para llegar resultan mucho más lentas: dependen de barcos que zarpan de ciudades costeras como Buenaventura o navegan los ríos desde otras del interior, como Puerto Meluk, en Medio Baudó.

Este aislamiento respecto al resto del país (junto a la violencia generada por grupos armados) mantuvo a los turistas alejados del Chocó durante décadas. Sirvió, también, para modelar la identidad de sus habitantes. La mayoría afroamericanos e indígenas, son muy dependientes de los recursos que les ofrece la naturaleza y, desde hace siglos, han atado su identidad al mar y la selva.

A los visitantes que aterrizan en aeropuertos como el de Nuquí, lo primero que suele sorprenderles es la humedad: el Chocó es uno de los lugares más lluviosos del planeta. Con solo alejarse un poco más, la región les regala selvas espesas, manglares que mitigan los efectos del oleaje sobre la línea de la costa y un mar rico en especies. Las que más llaman la atención de los turistas son, sin duda, las ballenas y las tortugas. Y es precisamente en ellas en los que los chocoanos tienen puestas sus esperanzas para crear un escenario de ecoturismo y educación ambiental.


∴ Puedes leer el reportaje completo en Planeta Futuro (El País). Firma: Tania Alonso Cascallana y Juan F. Samaniego ∴

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