Corría el año 381 cuando Egeria abandonó a pie su hogar en la provincia romana de Gallaecia (en lo que hoy sería El Bierzo) para conocer el mundo. A través de calzadas romanas y muchas otras vías secundarias, cruzó los límites de Europa hasta llegar a Constantinopla y finalmente su objetivo: Jerusalén.
Aunque realizó algunos trayectos en barco, las carreteras fueron protagonistas indiscutibles del viaje de Egeria. Finalizaba el siglo IV y, aunque el Imperio romano de Occidente empezaba a desquebrajarse, su gran entramado de vías y calzadas seguía conectando prácticamente todos los puntos del mapa.
Un itinerario organizado
A finales del siglo XIX, el historiador italiano Gian Francesco Gamurrini rebuscaba entre códices, manuscritos y documentos de una biblioteca de Arezzo (Italia), cuando le llamó la atención un códice escrito en latín. Tenía dos partes: la primera estaba compuesta por fragmentos de San Hilario de Poitiers. La segunda, por lo que parecían cartas escritas durante un viaje a Tierra Santa en el siglo IV.
Esta segunda parte despertó la curiosidad del historiador. A pesar de que le faltaban varias páginas, enseguida pudo ver que trataba de la copia (realizada por un monje en el siglo XI) de una narración en primera persona escrita por una mujer. En ella contaba los lugares que visitaba y las personas que conocía a medida que avanzaba en su viaje.
Gamurrini comenzó una investigación para saber quién había sido la autora de estas páginas, la mujer que consiguió recorrer tantos kilómetros (a caballo, en camello, en burro y tras exhaustas jornadas a pie, como ella misma relataba) y viajar de Hispania a Jerusalén en un plazo de tres años. Finalmente dio con la figura de Egeria, una mujer de una familia probablemente acomodada de Gallaecia.
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∴ Imágenes | Robert Bye/Unsplash