Clair Patterson dedicó gran parte de su carrera a una tarea que había ocupado a científicos, pensadores y filósofos a lo largo de la historia: calcular con exactitud la edad del planeta Tierra. Sin embargo, sus experimentos pronto le llevaron a descubrir que todas las rocas que analizaba estaban contaminadas con plomo. Y no solo las rocas: sus instrumentos, el suelo de los laboratorios e incluso su ropa estaban cubiertos de este metal pesado.
Patterson no tardó en relacionar esta contaminación con el uso del plomo en los combustibles de los vehículos. Decidido a averiguar hasta qué punto estábamos dañando el planeta, escaló montañas, llegó hasta la Antártida y analizó el suelo de los océanos para recoger diferentes muestras.
Plantó cara a las industrias petroleras que años antes financiaban su trabajo y que no dudaron de tacharlo de excéntrico y obsesivo. Sin embargo, el tiempo y la ciencia terminaron dándole la razón. La gasolina con plomo estaba contaminando la Tierra y dejando tras de sí millones de muertes y enfermedades.
Gasolina, locura y muerte
La historia de la gasolina con plomo empieza en 1921 en Ohio, Estados Unidos. Por aquel entonces, los químicos de General Motors querían mejorar el octanaje de la gasolina para evitar que la combustión incontrolada causase golpes y traqueteos a la hora de conducir los vehículos. La solución fue un compuesto llamado tetraetilo de plomo: al introducirlo en el motor, las fuertes vibraciones se convertían en un ronroneo. El compuesto era barato y no emitía mal olor, por lo que fue un éxito inmediato.
General Motors y Estandar Oil crearon una nueva compañía para producirlo, la Ethyl Corporation. Sin embargo, omitieron de forma deliberada la palabra plomo, ya que las características tóxicas de este material eran de sobra conocidas desde hacía siglos. Los romanos dejaron por escrito que causaba locura y muerte, y durante el siglo XVII se convirtió en un veneno común entre la nobleza francesa.
Durante la década de 1920, numerosos trabajadores de refinerías experimentales enfermaron y otros llegaron a morir. Entre sus diagnósticos, figuraban problemas como presión arterial alta, insuficiencia renal, ceguera o anemia. Años después se descubriría que el efecto tóxico del tetraetilo de plomo actúa en el cuerpo humano de forma especialmente rápida.
Algunas voces, como las del profesor Yandel Henderson, alertaron del riesgo que suponía agregar plomo a los combustibles. Sin embargo, las propias empresas implicadas realizaron estudios y se dictaminó que mejorar los sistemas de seguridad en las fábricas bastaría para minimizar su impacto en la salud de las personas. No se realizaron investigaciones externas y, tras breves debates y con mucha publicidad a su favor, la gasolina con plomo empezó a popularizarse en todo el planeta.
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∴ Imágenes | JessicaFender (Pixabay)